viernes, 10 de diciembre de 2010

ESCUCHANDO UNA CANCION

“Yo quiero q. a mi me entierren
Como a mis antepasados
En el vienre oscuro y fresco
De una vasija de barro…”
(Primera estrofa de la canción)

Iba antier por por la calle camino de alguna diligencia, escuchando por el audífono del mp3 la música q. Andres, el nieto, me grabó, y de pronto empieza a sonar la flauta indígena de esa canción profunda…un nudo me apreta la garganta, y las lagrimas asoman, apretadas, a los ojos…

¡Oh Dios! Es la queja de lejanos padres que despierta al conjuro de la flauta! Dolores que han dormido por siglos y q. de pronto son llamados de nuevo!

Dios mio! ¿Porqué lo permitiste? ¿Por qué no hundiste sus naves en la mar, si sabias lo q. ibamos a padecer bajo su yugo? ¿Cómo pudiste permitir que bajo el filo de la espada nos hablaran de ti? Acaso no mandaste a tus discípulos a ir de pueblo en pueblo sin alforja, enseñando tu verdad tranquilamente, confiando apenas en el valor de tus palabras?

Ah! No venían a traernos tu reino…Tu cruz le daba sombra a una secreta veneración, la del becerro de oro…

Bien lo dijo Hatuey, mostrando un tejo de oro: He aquí el Dios de los cristianos! Por eso Atahualpa no quiso recibir tu bautismo, por no encontrarse con cristianos en la otra vida!
Si, hay dolores milenarios. Perdonados estan, pero el dolor ahí queda, dormido,y despierta inesperadamente, luego de siglos, llamado por la evocación amorosa, filial, de una flauta y unos versos……

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